Confederación

El poder de la fe y la voluntad

Hatonn, 3 de febrero de 1991

Estamos muy felices de considerar la cuestión de la fe y cómo alcanzar sus agradables praderas de conciencia. Primero, contemplemos la dinámica fundamental que hace que la fe sea importante. Miremos hacia adentro; contemplemos cosas cada vez más pequeñas. Imaginémonos estudiando, primero, las cosas que pueden estudiarse sobre las formas de vida visibles. Se ha descubierto que parece haber en cada célula de una forma de vida todo el conocimiento, la historia y la conciencia de esa forma de vida, de modo que a partir de una sola célula puede crearse otro ser que duplique a esa célula. ¿Cómo puede el conocimiento y la identidad estar tan comprimidos? No se sabe, solo se manipula por parte de sus pueblos sin comprensión. Contemplemos cosas más pequeñas, uno de sus átomos. Aunque sus científicos han logrado dividirlo —lo que se consideraba la partícula última de la masa— en partículas aún más pequeñas, ¿ha podido alguna ciencia o sistema de medición ver, pesar o deducir la realidad de la masa? No, eso no se ha logrado. Todo lo que se ha hecho es encontrar instrumentos para observar las trayectorias de energía que dejan estas partículas dentro del átomo. Si todo es energía, energía y campos, energías que se interpenetran unas con otras, ¿cómo es que existen los campos? Nuevamente, sus científicos pueden manipular el magnetismo y el electromagnetismo, pero no pueden explicarlos.

En el sentido genuino, nada se sabe. Todo es, si se sigue hasta su conclusión lógica, un misterio. Aquello que pueden observar inevitablemente no es lo que parece, pues la naturaleza entera de su experiencia es la de aprender en un aula especial que fue creada específicamente para confundir y desconcertar la mente intelectual y, de este modo, forzar a la conciencia de la humanidad, debido al hambre desesperada que tiene por la gracia espiritual, a moverse de la mente al corazón, de la intelectualización al amor y a la sabiduría del amor. Esa es su situación. Ustedes son conciencia consciente de sí misma, pero todas las herramientas que usan dentro de la ilusión, comenzando con la mente misma, son criaturas de la ilusión diseñadas para operar dentro de la ilusión y condenadas, por el propio nacimiento, a una sentencia de vida que termina en la muerte. ¿Deberían entonces pavonearse y angustiarse, como ha dicho su Shakespeare? ¿Deberían caminar a ese paso mezquino hasta el último mañana, y luego cesar? Hay algo dentro de la conciencia humana que, una vez despertado, es consciente de una sola cosa: que, haya o no supervivencia sin el cuerpo físico, el anhelo de considerar esa existencia continuada es una parte real, virtual y actual de la naturaleza del ser humano.

Las entidades dentro de su cultura suelen decir que la humanidad está hecha a imagen y semejanza del Creador. ¿Qué imagen se nos ocurre? ¿Qué imagen viene a la mente cuando uno piensa en el Creador? Esa es una pregunta clave y central para quienes buscan la fe. Porque si se busca a un Creador que sea iracundo y castigador, justo y lleno de rectitud, entonces estamos contemplando una parte de nosotros mismos; y si el Creador es apacible, protector, todo abarcador y unificador, entonces también estamos contemplando una parte de nosotros mismos. Dado que existe un misterio, debe hacerse una elección respecto a la actitud hacia ese misterio. Aquellos que sienten instintivamente que el Creador es un ser unificador, amoroso y protector son quienes descubren la fe de una manera: el camino positivo de polarización a través del servicio al Infinito y a los otros seres, las imágenes del Infinito. Aquellos que eligen ver al Creador como un juez, como la justicia y la ley, son los que desean el control: control sobre la vida, sobre sí mismos, sobre los demás, que no haya sorpresas, sino que todo esté previsto de antemano, seguro y ordenado. Este es el camino de la separación. Somos conscientes de que hablamos a aquellos que están en el camino positivo de la polarización, y por eso trataremos la fe en su sentido positivo, es decir, que la fe no comienza con la fe en uno mismo, sino con la fe en el Creador.

Ahora bien, la fe por la cual se tiene tanta hambre no surge de la nada. Comienza con creencias muy simples. Incluso desde joven, una entidad empieza a tener fe en que el sol saldrá y se pondrá, que la luna aparecerá y las estrellas, y luego desaparecerán en el sonrosado amanecer del día. Sus entidades aprenden gradualmente a desarrollar una fe en la sabiduría convencional de la cultura. Y allí, todo se detiene bruscamente. Porque, a menos que uno sea muy poco observador, pronto descubre que la fidelidad absoluta —aquello en lo que se puede tener fe sin condiciones—, cuando se aplica al ser humano, fallará. No siempre, pero a veces. Siempre existe el riesgo y la apuesta al confiar en otra entidad o en uno mismo. Pues si los seres están hechos a imagen y semejanza del Creador, esa imagen no parecería incluir una confiabilidad absoluta. Pero, ¿podría el Creador ser capaz de una volubilidad como la de la humanidad? Contemplemos la creación de la cual es responsable. ¿Es la Inteligencia Infinita que creó el equilibrio del universo infinito, los planetas en sus órbitas y las estrellas en sus largas y lentas expresiones de amor, la obra de un Creador caprichoso? Parecería poco probable. Porque si uno observara una de sus calculadoras, no la confundiría con algo que ocurrió en la naturaleza, algo al azar o que surgió de un proceso evolutivo. Esa calculadora es evidentemente hecha con un propósito, para realizar una tarea determinada con precisión una y otra vez. Sin embargo, cuán simple es esa calculadora en comparación con la precisión infinita del universo mecánico cuya constancia inspira tanta fe a sus científicos.

Una vez que el buscador se da cuenta de que la fe no es fe en el yo humano, entonces está abierto a examinar otras posibilidades sobre dónde colocar su fe. Al mirar hacia las estrellas, uno percibe el rostro del Creador, tal como está escrito en sus obras sagradas, moviéndose sobre la superficie de las aguas de su conciencia. Y surge una intuición que dice a esta inteligencia, lejana o cercana: “Coloco y entrego mi fe a este Creador bondadoso, amoroso y protector. En este Creador deposito mi confianza.” Ahora bien, no hay prueba de que esto sea una consideración o conclusión sana o sabia. ¿Por qué deberían las entidades pensar en la fe? ¿Por qué no simplemente disfrutar de la vida que puedan y no lamentar dejarla cuando llegue el momento? Examinen sus corazones y vean si están satisfechos con que esta vida, que son ustedes, termine. ¿Les parece eso apropiado para la conciencia? Realmente esperamos que no sea su opinión, porque si lo es, entonces están atrapados en la red de la mortalidad. Comenzarán y terminarán, y eso será todo. La mente del buscador rechaza esta hipótesis nula como falsa. Se mueve más allá de la lógica. ¿Qué hay más allá de la lógica dentro de la mente, sino el caos absoluto?

Ahora tenemos el escenario preparado para un comienzo honesto en la fe. La neblina del caos rodea a la entidad mientras esta se encuentra de pie sobre el acantilado, una pared de roca escarpada con apenas un punto de apoyo de conocimiento humano. ¿Ascenderá? ¿Descenderá? No, porque no puede escalar roca pura; no hay grieta; no hay consuelo. Esa es su situación. En consecuencia, con el tigre arriba y el tigre abajo, en aquello que no es posible, quienes eligen vivir una vida en fe deben optar por abandonar el acantilado del conocimiento humano y abrazar el misterio, dispuestos a permitir que ese misterio les enseñe. En ese punto, el buscador se reúne consigo mismo, dirige su conciencia hacia el siguiente paso y comienza su largo y polvoriento camino de búsqueda al lanzarse desde la grieta hacia la tenue neblina del caos, ese abismo del no saber que por siempre separará el tiempo de la eternidad. Sin embargo, el buscador sabe que no conoce otra manera de avanzar excepto imponerse el tomar ese salto. La voluntad es secundaria. El sentimiento hacia la fe es lo primario. Sin embargo, se requiere una aplicación de la voluntad para saltar a un abismo, y es un uso correcto de la voluntad —no para obligarse a hacer algo—, sino para actuar cuando uno siente que el momento metafísicamente es el adecuado. Y así, la primera expresión de la fe consiste, para la mayoría de las entidades, en actuar como si ya hubiera fe en el corazón.

En todos los asuntos espirituales existe una paradoja, pues todas las cosas son a la vez. Y para un mundo atrapado en el espacio y el tiempo, no hay lugar para que todo ocurra simultáneamente. En cambio, todas las cosas son lineales, un camino que debe recorrerse. ¿Cómo podríamos decirles que es un círculo en espiral en un solo lugar? No podemos decirles tales cosas, porque no tienen sentido. Por eso hablamos de caminar por un camino polvoriento, de sendas estrechas, de ser un peregrino y de estar en una búsqueda. Sin embargo, la experiencia real de desarrollar la fe se forja en el aire, en un desconocimiento absoluto, y a menudo en medio del miedo y el pánico debido al paso que se ha dado y al profundo no saber que lo acompaña.

Por eso les decimos que, en verdad, uno debe aceptar la total vulnerabilidad de no saber, de actuar como si tuviera fe. Porque solo cuando uno actúa de esa manera los procesos de evolución espiritual se aceleran, de modo que uno pueda eventualmente tener experiencias inmediatas de morar con el Creador. Es esta experiencia inmediata de unidad con la deidad la que da forma a la fe. Esos momentos en las cimas de las montañas de sus experiencias dentro del patrón encarnacional son oro precioso, para ser atesorado en la memoria y traído al recuerdo una y otra vez, porque la fe no tiene su lugar en la cima de la montaña. La fe tiene su lugar en el Valle de la Sombra de la Muerte, si podemos citar nuevamente sus obras sagradas. Así, uno actúa como si tuviera fe, y al hacerlo, es fiel. Porque nada puede ser comprendido o conocido. Esto es muy importante de comprender dentro de su ilusión.

Si se desea cualquier tipo de conocimiento, gran parte de lo que se considera saber será examinado y finalmente abandonado hasta que la búsqueda espiritual y metafísica se centre en todo lo que queda cuando uno se despoja de lo que le han dicho, y eso es un instinto, un hambre, un anhelo por algo que se llama de diversas maneras amor, o caridad, o virtud, o belleza, o verdad. Muchas entidades entre su gente no tienen utilidad para la fe, del mismo modo que no tienen una percepción clara de la verdad. Eso es aceptable, pues no son los que están inmaduros quienes serán cosechados, sino aquellos cuyo tiempo de madurez ha llegado. Cada uno de ustedes ha dado ese salto de fe, pero cada uno se encuentra en una posición única dentro del corazón con respecto a la fidelidad. Así, cada uno experimenta un escenario continuo y a menudo repetitivo de eventos y situaciones en los cuales la fe puede ser alimentada al intentar comportarse, expresarse y manifestarse de manera fiel y amorosa, procurando glorificar mediante la imitación aquello que se concibe como la naturaleza del Creador; es decir, el Amor mismo, el pensamiento energético, original y absoluto que es Amor.

Ahora bien, una vez que se ha tenido la experiencia inmediata de gozo en la presencia del Infinito, casi de inmediato se es devuelto al desierto del valle. Las palabras solo pueden enturbiar y distorsionar esa experiencia absoluta de ser uno con el Creador. Por lo tanto, no se llega a la fe a través de las palabras. Uno se contenta simplemente con vivir en la fe, una fe sencilla, sincera y de propósito único, en la que la humanidad se expresa de la manera más verdadera cuando se expresa con fidelidad al amor y al servicio.

¿Cómo puede uno ser un siervo fiel del Creador? Quizás lo más difícil, y al mismo tiempo lo más esencial que hace una entidad fiel, es dejar a un lado el yo humano, esa entrañable y muy amada personalidad externa, para poder experimentar el tesoro que yace dentro, el tesoro al que solo se puede acceder con amor, confianza y fe. Pues la duda y la desconfianza son emociones que crean distancia, y cuando las entidades piensan de ese modo, se alejan cada vez más del brillante refugio de la gracia. La vida de fe es una vida vivida bajo la luz. Quien vive en la fe se sostiene con una luz tan brillante que otros pueden verla. Es una especie de desnudez pública del yo, hablando en términos metafísicos, vivir una vida en fe. Porque cuando alguien que es fiel percibe que, en medio de la confusión de la vida mundana, existe un principio espiritual que debe mantenerse para ser fiel, entonces debe abandonar la llamada sabiduría humana y expresar, con aparente necedad, la fe de que las apariencias engañan y que, en verdad, todo está bien. La esencia de la fe es el simple sentimiento de que todo estará bien, y todo está bien.

Ahora, consideremos a quien se enfrenta a un tigre, un león, un depredador. ¿Está realmente todo bien para quien tiene fe mientras este depredador se dispone a devorar a su presa? ¿Qué tan insensata puede ser la presa al tener fe en que hay algo más que comer y ser comido, matar y ser muerto, luchar contra las adversidades? Tal entidad debe ser bastante insensata. Sin embargo, son esas entidades insensatas las que brillan a través de los siglos de su tiempo e historia registrada, resplandeciendo desde las páginas de los libros y los registros hacia el corazón humano. Aquellos que amaron y se entregaron por los demás, sin importar las circunstancias del mundo exterior, aquellos que actuaron según un amor absoluto y perfecto, son los cuya luminosa memoria sigue inspirando a todos los buscadores. Así pues, cuando la fe es joven —y, de hecho, la fe siempre será la fe del principiante para ustedes, porque en esta ilusión que disfrutan, la fe solo está comenzando—, es esa elección de cómo comenzar la que están realizando. Al tomar esa decisión inicial, construyen una piedra angular sobre la cual otras elecciones podrán erigirse una tras otra, acto tras acto, pensamiento tras pensamiento.

Podemos decir que el fracaso de la fe es una conclusión inevitable. Fracasará una y otra vez. Te juzgarás a ti mismo una y otra vez, y atravesarás el dolor de tu propia condenación. Sin embargo, el pomo de la puerta de la fe siempre está listo para ser girado, pero tú, como espíritu, debes girarlo y atravesar esa puerta hacia el perdón propio y la conciencia de la redención infinita y la renovación, un lugar de descanso por toda la eternidad.